Por Darío Sebastián Benítez Colmán.
MEMORIA DE MI PUEBLO.
Sin apuro, por tus calles caminaba,
en igual que Yo, las caricias
de agua fresca de la lluviosa mañana
de diciembre, sentían.
Fiesta hacían los pájaros con sus trinos
y cantares, en la vegetación verde
que Te ennoblece.
¿Era Yo, el caminante solitario?
No, si en una esquina un gallo
que parecía de plumas solo era,
con su aletéo armonioso Me saludaba,
y coqueteaba con su canto para que
Yo lo escuchase.
¡Ah! y en la otra: un pequinés,
parado en medio de el camino,
que por su firmeza, a un inspector
de tránsito se asemejaba. Y con un
ladrido bronco, su saludo,
también el Me ofrecía.
Y la lluvia continuaba, se golpeaba en el
suelo...
Y salía retozando entre las hierbas;
Yo seguía caminando, pensando en que
algún día, ya no serían estas las
calles por las que andorreare...
Pero Vos, San Gustavo,
cual si fueras un florilegio,
en Mi memoria perdurarás.
San Gustavo, diciembre de 1.995.
AGRADECIMIENTO.
Es medianoche, Me sumerjo en la abismal
y silenciosa oscuridad;
el cielo está estrellado
pero sin luna.
Y con Mi imaginación creo estar viajando
y conmoviéndome de la inmensidad
de el Universo.
Solo siento que un débil vientecillo,
roza Mi cuerpo;
escucho el ruidito de las hojas
que caen de los árboles;
y huelo el aroma montecino,
que por el agüita de rocío,
es aún más fresco.
¡Oh Dios!...
¡Que hermoso! ¡Que placentero!
es tener unos minutos silentes,
tan tranquilos;
hallar un poquito de paz
y con ella, unos segundos de felicidad.
San Gustavo, 25 de agosto de 1.995.
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